...Mientras la conducían frente a la autoridad pensaba en todo lo que había hecho: sus mentiras, sus robos, en aquella otra mujer que sufriría al enterarse del engaño, en el honor mancillado de su familia y el escarnio al que sometería a los suyos tras su condena, pero realmente le aterraba el seguro hecho de saber que lo último que vería sería a ese grupo de hombres señalándola, burlándose, acusándola y... un golpe duro y seco en su cuerpo al dar contra el suelo le trae de vuelta a la cruda y fría realidad: los insultos de los hombres que le con furia exclaman: ¡ramera! y otros tantos improperios, la señalan y le advierten que han conseguido a quien se encargará de su caso, que es alguien reconocido y que viene en camino.
Ella no los mira, su rostro está cubierto por su cabellera desdeñada y maltrecha por aquellos que claman justicia y dan voces pidiendo un ejecutor.
Tirada en el suelo y tras la maraña de cabello, nadie puede ver el azul de sus ojos verter amargas lágrimas provocadas por el miedo, a su rostro expresar la agonía inmensa y martirizante de la incertidumbre, nadie ve el sufrimiento extenuante que el pecado le ha causado. De momento se aumenta el barullo y todos gritan más y más porque el encargado de proferir juicio y condena se aproxima, ella solo llora más amargamente y se atreve a gemir: gime por los hijos que no vendrán, por el amor que no conoció, por los campos que no pudo visitar...por la vida que tristemente se le va. Siente rabia consigo misma, se pregunta: ¿por qué no me resistí?, ¿por qué caí en su juego y sus suaves palabras?, ¿ por qué, por qué, por qué?, mientras pensaba en esto, se hizo un gran silencio: su juez había llegado.
El hombre encargado de impartir justicia caminaba hacia ella. Dejó de gemir y sólo lloraba en silencio mientras veía como se acercaban los pies de aquel hombre que la condenaría a morir. Se detuvo justo frente a su rostro y se inclinó: asustada pero mayormente sorprendida sintió como este varón retiró el desaliñado cabello de su faz y le miró directamente a los ojos, ella esperaba una mirada acusadora y enjuciadora, que le hiciera sentir aún mas miserable de como se sentía en ese momento, porque en el fondo sabía: eso y aún más era lo merecido por su pecado, o por lo menos eso era lo que le habían enseñado desde niña, pero tal fue su sorpresa al ver unos ojos compasivos, una mirada tierna y un rostro que le hizo sentir como si nada malo le fuera a pasar, una mirada llena de paz y amor como ningún otro ser le había hecho sentir en toda su existencia.
Luego de eso dejó de llorar y sintió como su corazón tomó fuerza, y sin importar el dolor que sentía en su cuerpo magullado y golpeado, quiso sentarse y mirar, así fuera solo el calzado de aquel hombre que trajo nuevo ánimo a su ser, quien pudo borrar el temor y renovó sus, casi perdidas, ganas de vivir...
Ella no los mira, su rostro está cubierto por su cabellera desdeñada y maltrecha por aquellos que claman justicia y dan voces pidiendo un ejecutor.
Tirada en el suelo y tras la maraña de cabello, nadie puede ver el azul de sus ojos verter amargas lágrimas provocadas por el miedo, a su rostro expresar la agonía inmensa y martirizante de la incertidumbre, nadie ve el sufrimiento extenuante que el pecado le ha causado. De momento se aumenta el barullo y todos gritan más y más porque el encargado de proferir juicio y condena se aproxima, ella solo llora más amargamente y se atreve a gemir: gime por los hijos que no vendrán, por el amor que no conoció, por los campos que no pudo visitar...por la vida que tristemente se le va. Siente rabia consigo misma, se pregunta: ¿por qué no me resistí?, ¿por qué caí en su juego y sus suaves palabras?, ¿ por qué, por qué, por qué?, mientras pensaba en esto, se hizo un gran silencio: su juez había llegado.
El hombre encargado de impartir justicia caminaba hacia ella. Dejó de gemir y sólo lloraba en silencio mientras veía como se acercaban los pies de aquel hombre que la condenaría a morir. Se detuvo justo frente a su rostro y se inclinó: asustada pero mayormente sorprendida sintió como este varón retiró el desaliñado cabello de su faz y le miró directamente a los ojos, ella esperaba una mirada acusadora y enjuciadora, que le hiciera sentir aún mas miserable de como se sentía en ese momento, porque en el fondo sabía: eso y aún más era lo merecido por su pecado, o por lo menos eso era lo que le habían enseñado desde niña, pero tal fue su sorpresa al ver unos ojos compasivos, una mirada tierna y un rostro que le hizo sentir como si nada malo le fuera a pasar, una mirada llena de paz y amor como ningún otro ser le había hecho sentir en toda su existencia.
Luego de eso dejó de llorar y sintió como su corazón tomó fuerza, y sin importar el dolor que sentía en su cuerpo magullado y golpeado, quiso sentarse y mirar, así fuera solo el calzado de aquel hombre que trajo nuevo ánimo a su ser, quien pudo borrar el temor y renovó sus, casi perdidas, ganas de vivir...
El final todos lo sabemos: Jesús libra a esta mujer de la muerte con la conocida frase: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra y eso es lo que hoy nos quiere recordar; no importa a cuántos cultos asistas, no importa si sirves en toda actividad de la congregación, no es la cantidad de palabra que haz memorizado ni las canciones o las danzas ... nada de eso te hace mejor que otro, nadie te ha erigido como juez, pero si osamos levantar nuestro dedo y señalar pecados, errores y contradicciones como bien nos parece, olvidando mirar a los ojos de aquel que ha caído, saber que es nuestro hermano, ver el dolor, el cruel castigo que el pecado le ha infringido y, con la misma mirada tierna de ojos compasivos que tuvo Jesús contigo y conmigo: perdonar, amar, restaurar y ayudarle a recobrar las ganas de vivir.
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