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Trabajo si hay.

Un famoso presidente norteamericano dijo alguna vez: "no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tu por tu país" y hasta el día de hoy es una de sus frases más famosas e inspiradoras; y si usáramos nuestra imaginación y alteráramos un poco esta frase y dijera mejor: "deja de preguntarte qué puede hacer Dios por ti, es tiempo de preguntarte qué puedes hacer tú por Dios", creo y es aún mejor, pero no tan inspiradora como retadora. Y es que crea un compromiso: ¿pensar en que yo pueda hacer algo por Dios? Es algo en lo que pocos pensamos. Tampoco recordamos los mandamientos de Dios, ¿acaso son sugerencias?; y es que cuando pensamos en mandamientos solo recordamos el decálogo escrito en el libro de Deuteronomio. Si bien es cierto y el cumplimiento de estos mandamientos regulan partes esenciales de nuestra vida, aún hay más.

Está por ejemplo el gran mandamiento y también la gran comisión. ¿Tenemos entonces algo por hacer para nuestro creador?, claro que sí, recordemos que Él no se agrada tanto en sacrificios como en la obediencia. El obedecer a nuestro señor es la manera más sencilla y eficaz para poder dibujar una sonrisa en su rostro, aparte de producir en nuestras vidas gozo, alegría y traer mayores beneficios.

Hoy día nuestra memoria se ha hecho frágil, nuestros deseos egoístas han reemplazado aquellos buenos deseos e intenciones del principio de nuestra vida cristiana, los compromisos con la congregación, el tener que mantener una imagen frente a los demás, aún frente a nuestras familias, han puesto sobre nosotros una inmensa carga por mostrarnos "perfectos" olvidando que esto solo será posible cuando estemos junto a nuestro Dios en el Cielo.

"Hacer o no hacer" esa es ahora la cuestión: obedecer, es lo primero, no llevar una vida de apariencias, no tratar de convencer a la gente que somos buenos, sino ser buenos delante de Dios, aun cometiendo errores porque, debemos recordar que la santidad no depende de nuestras acciones, sino de nuestro Señor otorgándonos el regalo inmerecido: la gracia de Dios.

Ahora, ¿hacer algo por Dios?, que tal si empezamos por ir y contarle a todos las cosas maravillosas hechas por El en nuestra propia vida, mostrarles el cambio que Él ha obrado en nosotros, y enseñándoles el camino para ir al cielo: Jesús. Sé que esto se nos ha dicho muchas veces pero es cierto: no es una gran sugerencia es la gran comisión, y no fue dado este ministerio a los ángeles sino a nosotros, y debemos mostrarnos dignos de tan grande confianza depositada en nosotros.

Dejemos de lado la pena, la vergüenza, el miedo; es tiempo de hacer lo único que podemos hacer por nuestro Dios: contar sus maravillas, mostrarle al mundo sus virtudes, enseñarles el camino, traer a sus vidas verdad, hacer que recuperen el control de sus vidas.

Entonces: puedes o no hacer algo por tu Dios, pero ten algo por seguro y es que nadie va a decidir por ti… la elección ¡es tuya!



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